Impedir una segunda Nakba

EDITORIAL DEL SEMANARIO TRIBUNA DE LOS TRABAJADORES #411, DEL 18 DE OCTUBRE DE 2023

Por Daniel Gluckstein

Portada del #411

   En los momentos en los que redactamos estas líneas, los medios de comunicación anuncian como inminente la intervención militar israelita en Gaza. Es pura hipocresía: la intervención ya comenzó, provocando en una semana más de 3,000 muertos, principalmente civiles (y en particular niños y niñas), el éxodo de más de un millón de habitantes en terribles condiciones y la destrucción de miles de viviendas. El sitio militar de Gaza tiene ya consecuencias incalculables para la situación sanitaria, física y psicológica de una población privada de todo. Una única duda: ¿cuándo comenzará la segunda fase de la intervención, cuántos miles de vidas suplementarias serán destruidas? ¿Qué va a quedar en pie sobre el suelo de Gaza?

   Hay que remarcar que la perspectiva de este genocidio anunciado conmueve muy poco al corazón de los grandes de este mundo. Ciertamente, un corredor humanitario está previsto para tratar de hacer llegar un poco de alimentos a la población; ciertamente, Biden se va a Israel para, según la prensa, tratar de calmar los ardores mortíferos de Netanyahu. Unos y otros están motivados por preocupaciones de orden “estratégico”: acompañar la ofensiva militar de Netanyahu evitando al mismo tiempo un enardecimiento generalizado que se les escaparía de control.

   Pero en cuanto a la suerte del pueblo palestino, ¿quién se preocupa?

   Se objetará que Hamas, el 7 de octubre, mató a 1,400 israelitas, la mayoría civiles. Es verdad. Nosotros lo habíamos escrito y lo repetimos: tenemos tantas razones de llorar por el joven civil israelita abatido por Hamas el 7 de octubre como las tenemos para llorar por el niño palestino masacrado por las bombas en Gaza. Pero nos preguntamos ¿en qué el hecho de añadir a miles o a decenas de miles de víctimas suplementaria a esta adición mórbida nos acercará a la paz? En nada. Muy por el contrario.

   Lo que ha comenzado éstos últimos días en Gaza lleva un nombre: es la segunda Nakba. La primera, en 1948, lanzó a las rutas del exilio a 800,000 palestinos que nunca pudieron regresar a su tierra. Hoy en día, en el 2023, un millón de palestinos, la mayoría de ellos expulsados por la primera Nakba y refugiados en Gaza porque todas las otras puertas estaban cerradas, tomaron la ruta del éxodo.

    Desde hace setenta y cinco años, el rechazo por reconocer la existencia del pueblo palestino y de sus derechos alimentó todas las etapas sangrientas de lo que la prensa llama “el conflicto Israel-Palestina”.  En un plano histórico, la masacre del 7 de octubre es una consecuencia diferida de la Nakba de 1948. Ese es un hecho objetivo. Pero constatarlo no significa justificar estos eventos ni aprobar la política de Hamas.

   De ahí se deriva una segunda interrogación: ¿qué nuevas tragedias sangrientas prepararía una segunda Nakba en el 2023?

  Eso, a Netanyahu no le importa. La lógica de la extrema derecha sionista es la de ir cada vez más lejos: si pudiera deshacerse definitivamente del pueblo palestino, no lo dudaría. Pero el pueblo palestino existe. Tiene el derecho de vivir de la misma manera que todos los pueblos de la región.

   Todos, judíos o árabes, deberían poder vivir en una sociedad al abrigo de masacres, de expulsiones arbitrarias y discriminaciones, en un Estado que reconozca los derechos iguales de todos sin distinción.

  Para eso, hay que detener el brazo mortífero de Netanyahu, imponer el cese de los bombardeos y levantar el bloqueo. El interés común de todos los habitantes de la región, judíos y árabes, es la de impedir una nueva Nakba.

*Nakba: “la catástrofe” en árabe, término a través del cual los palestinos designan su expulsión en 1948.

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