
Mientras que la política de Biden, dictada por la clase capitalista más poderosa, pone al mundo entero entre el fuego y la sangre, la lucha de clases resurge en plena campaña electoral.
En los Estados Unidos, no es lo más común que las huelgas se desarrollen a cuatro semanas de una elección presidencial, en donde toda la atención de la sociedad se focaliza en el duelo entre los dos grandes partidos de la burguesía, el demócrata y el republicano.
Sobre todo, cuando esas huelgas enfrentan, “clase contra clase”, a los capitalistas contra los trabajadores, apuntalados sobre sus reivindicaciones (salarios, pensiones, seguro médico), mismas que les imponen a los dirigentes de los sindicatos.
Es bien eso lo que está pasando. Después de la huelga de Boeing, en donde los 33,000 huelguistas acaban nuevamente de rechazar el proyecto de convención colectiva sobre el cual se habían puesto de acuerdo la dirección y los negociadores sindicales, es el turno a los estibadores de la costa este.
La dirección del poderoso sindicato International Longhoremen´s Association (ILA, 85,000 sindicalizados) amenaza con desencadenar una huelga histórica paralizando treinta y seis puertos si sus reivindicaciones no son escuchadas. Ya, el banco JPMorgan Chase enloquece: una huelga así, “nunca vista desde hace medio siglo”, podría costar 5 mil millones de dólares al día a los capitalistas estadounidenses, y sacudir una campaña presidencial en donde se enfrentan dos candidatos al servicio de la misma clase capitalista.
Presionado por el descontento de los sindicalizados “de abajo”, Harold Dagget, de la dirección de ILA- una dirección habitualmente orientada hacia la colaboración de clase- decide soltar:” ¿Dónde está el presidente de los Estados Unidos? ¡No está luchando por nosotros!”
Para que el sindicato renuncie a combatir por sus reivindicaciones -en particular el 80% de aumento en el salario en los próximos seis años- algunos evocan la ley anti-sindical Taft-Hartley, que le permitiría a Biden prohibir la huelga.
Pero para sobrevivir, en los Estados Unidos y en todo el mundo, los trabajadores no tienen otra opción que la de tomar la vía de su propia lucha de clase. “Las huelgas nunca son fáciles, comenta el vicepresidente de ILA. Pero en el mundo de hoy, en donde las leyes del trabajo están contra nosotros y donde la codicia de las empresas no tiene límite, ellas quedan como una herramienta de las más poderosas con la que disponemos en nuestra lucha por la justicia.
Jean Alain

