
El 19 de noviembre 40,000 manifestantes -sobre una población de 5.3millones de habitantes- desfilaron en la capital, Wellington. Exigían el retiro de un proyecto de ley que pone en entredicho el tratado de 1840 firmado entre los colonos europeos y la población autóctona maorí.
El autor del proyecto, jefe de un pequeño partido “libertario” de la coalición gubernamental de derecha, es un oponente encarnecido de los derechos democráticos de los 900,000 maorís. Derechos muy débiles, en realidad: como los aborígenes en Australia, los maorís fueron masacrados y desposeídos de sus tierras por los colonos.
En la sociedad actual, son los pobres entre los pobres, viven menos años y están sobrerrepresentados en las prisiones. Entonces -muchas veces como es costumbre tradicional de los guerreros-, se manifestaron en masa, y se les unieron manifestantes de origen europeo. En el Parlamento, la joven diputada maorí Hana-Rawhití Maipi-Clarke había roto de manera ostensible el proyecto de ley antes de efectuar un haka, danza tradicional de los guerreros popularizado por el equipo nacional de rugby, los All Blacks. Frente a la más poderosa manifestación de estas últimas décadas, el Primer ministro Christopher Luxon, jefe del Partido nacional y antiguo director de Air New Zealand, se muestra inquieto. “Nueva Zelandia no está al borde de una guerra civil” (The New Zealand Herald del 19 de noviembre) dice, como para tranquilizarse.
Pero mientras que los dirigentes del Labour Party se contentaban con colectar algunas firmas, los trabajadores neozelandeses de todos los orígenes se manifestaron masivamente, al lado de los maorís y contra el gobierno, estimando de manera justa que un ataque contra unos es un ataque contra todos.
Jean Alain

