Gerardo Fernández Noroña ejemplo de cooptación del Estado

Apuntes para una explicación desde la teoría de Gramsci, documento de discusión de la LCI

Juan Carlos Vargas

Introducción

Antonio Gramsci[1], en sus Cuadernos de la cárcel[2], planteó una tesis central: los intelectuales nunca son neutrales. Incluso aquellos que surgen de las clases subalternas pueden ser absorbidos por el bloque histórico dominante y ponerse al servicio de la reproducción de la hegemonía burguesa. En este marco, resulta pertinente analizar los mecanismos de cooptación del Estado y la transformación de intelectuales que, en apariencia ligados al pueblo, terminan reforzando los intereses de la clase dominante.

La trayectoria política de Gerardo Fernández Noroña ilustra de manera clara esta problemática. De opositor rebelde contra los abusos del régimen priista y panista, se convirtió en un intelectual orgánico del bloque histórico[3] encabezado por Morena y la llamada “Cuarta Transformación”. Desde un enfoque gramsciano, este tránsito no es un accidente individual, sino expresión de un proceso estructural: la capacidad del Estado y de la burguesía de integrar y neutralizar a los intelectuales provenientes de los sectores populares.

Intelectuales tradicionales y orgánicos

Gramsci distingue dos tipos de intelectuales[4]:

  • Tradicionales, aquellos que aparentan existir por encima de las clases sociales (maestros rurales, clérigos, notarios, abogados de pueblo). Se perciben como herederos de una función cultural que atraviesa generaciones.
  • Orgánicos, los que surgen de una clase social en ascenso y cumplen un papel directo en la organización, elaboración ideológica y dirección política de dicha clase.

En este sentido, el intelectual no es solo un “productor de ideas”, sino un constructor de hegemonía: su función es dar coherencia política, cultural y moral al proyecto de clase que pretende dirigir a la sociedad, son intelectuales los dirigentes estudiantiles, los representante sobreros, las activistas feministas, al igual que los funcionarios, maestros, líderes religiosos o políticos.

De intelectual rebelde a engranaje del bloque hegemónico

Antonio Gramsci advertía que los intelectuales populares, surgidos de luchas democráticas y de sectores subalternos, pueden ser absorbidos por la hegemonía dominante[5] si ésta logra reorganizarse y ofrecerles un lugar en su proyecto. El caso de Gerardo Fernández Noroña es un ejemplo claro: de “intelectual rebelde” que irrumpió contra el régimen priista y panista, a figura disciplinada dentro de la maquinaria de la llamada “Cuarta Transformación”.

Gerardo Fernández Noroña, a los 23 años (Gerardo Fernández Noroña / Twitter)

Durante años, Noroña encarnó la voz contestataria de un México indignado. Se presentaba como un joven sociólogo de la UAM-Azcapotzalco que vendía libros usados para costearse los estudios, siempre al margen de las élites políticas. Su trayectoria lo llevó a ser candidato externo del Partido Mexicano Socialista y organizador de colonos contra los desalojos bancarios en los años ochenta. Desde ahí se vinculó a diversas luchas sociales, mostrando solidaridad con estudiantes, obreros y deudores de la banca.

En el parlamento, Noroña denunció con ferocidad los fraudes electorales, la corrupción sistémica y la subordinación del Estado mexicano a intereses extranjeros. Durante los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto cuestionó sin rodeos la alianza del poder con el narcotráfico (denunciò a Garcia Luna, secretario de seguridad como el principal narcotraficante de Mèxico) , la militarización del país y la entrega de los recursos nacionales al capital norteamericano. Su estilo confrontativo, sus actos espectaculares de resistencia civil pacífica —que los medios magnificaban para presentarlo como rijoso y pendenciero— lo convirtieron en referente de un sector popular cansado de la complicidad de los partidos tradicionales, incluidos aquellos que se autoproclamaban de izquierda como el PRD, que en los hechos se arrodillaban frente al poder.

Gerardo Fernández Noroña junto al fundador del PRD Cuauhtémoc Cárdenas

En ese primer momento, su papel se acercaba al de un intelectual ligado a los sectores subalternos: denunciaba agravios, visibilizaba contradicciones, rompía con la narrativa oficial. Sin embargo, lo hacía desde un liderazgo carismático y caudillista, sin apostar nunca por la construcción de una organización permanente, militante y revolucionaria que trascendiera los límites del espectáculo político.

El punto de quiebre vino con la consolidación de Morena como fuerza electoral y con la posibilidad de participar en su proyecto. Noroña aceptó las reglas internas, los pactos y la disciplina impuesta por el liderazgo presidencial de López Obrador . Defendió sin reservas el proyecto de la “Cuarta Transformación”, incluso en sus dimensiones más contradictorias: militarización del país, extractivismo depredador, alianzas con grandes capitales y continuidad del aparato represivo. En nombre del cambio, terminó legitimando políticas que alguna vez denunció.

Desde la óptica gramsciana, se trata de un tránsito típico: el de un intelectual rebelde que, en lugar de organizar una contrahegemonía[6] real desde abajo, se inserta como intelectual orgánico del bloque en el poder. Su función ya no es cuestionar al régimen, sino cohesionar a las bases populares en torno a un proyecto que, pese a sus discursos progresistas, administra y preserva el orden capitalista.

El caso de Noroña es una lección viva para la clase trabajadora: la radicalidad sin organización revolucionaria degenera en espectáculo; la denuncia sin partido termina absorbida por el sistema; y la figura del caudillo que se presenta como rebelde puede, llegado el momento, transformarse en engranaje del bloque hegemónico que decía combatir.

Defensa de intereses contrarios a su clase de origen

Durante el sexenio de Calderon denunció los nexos de García Luna con los grupos del narcotráfico

Aquí se manifiesta con claridad la tesis gramsciana: los intelectuales de origen popular pueden convertirse en voceros de un bloque que perpetúa la subordinación de las mayorías. Fernández Noroña, que en su discurso inicial parecía expresar la indignación de los trabajadores y de los sectores precarizados, hoy dedica su energía política a defender al Estado y a justificar sus políticas.

En nombre de la “unidad del movimiento” y del supuesto “proyecto histórico”, termina sosteniendo medidas que refuerzan al aparato estatal capitalista en lugar de cuestionarlo.

Un ejemplo contundente de esta transformación fue su actuación como presidente de la Mesa Directiva del Senado. Bajo su conducción, y por unanimidad, se aprobó la autorización solicitada por la presidenta Claudia Sheinbaum para permitir la entrada al territorio nacional de elementos del Ejército de Estados Unidos. Estos soldados participarían en actividades de adiestramiento denominadas “Fortalecer la capacidad de las Fuerzas de Operaciones Especiales de la Secretaría de Marina”. La decisión, avalada sin fisuras, constituye una cesión grave de soberanía nacional frente a las Fuerzas Armadas de la principal potencia imperialista, y revela cómo un dirigente que alguna vez denunció la injerencia extranjera ahora la legitima desde la cúspide del aparato legislativo.

En sus giras, Noroña sigue despertando simpatía entre jóvenes trabajadores y militantes de Morena, que lo ven como referencia de “izquierda consecuente”. Su trayectoria de luchador social le da cierta confiabilidad entre las bases desplazadas de las candidaturas y del aparato del partido, hoy copado por personajes del antiguo régimen del PRIAN, oligarcas locales y familias con poder que se han infiltrado en Morena con la venia de la dirección. Sin embargo, lejos de enfrentar ese fenómeno, Noroña adopta una postura ambigua: culpa a las bases de no tener la capacidad para resistir las imposiciones, y al mismo tiempo legitima dentro del aparato esos mismos métodos como “necesarios” para ampliar la fuerza del movimiento.

En su visita a Baja California, durante su precandidatura a la presidencia, cuando viejos militantes de la izquierda le solicitaron apoyo para denunciar ante la dirección de MORENA la cooptación del partido por personajes provenientes del PAN, se limitó a reprenderlos y llamarlos “agachones”. Cuestionó su valentía y arrojo, asegurando que con lamentos ante él no cambiarían las cosas. Fue una salida fácil que ignoraba una realidad evidente: esos militantes no disponen de los millones de pesos que financian estructuras electorales y campañas de propaganda con las que los oligarcas locales se imponen sobre las bases partidarias, ni tienen la posibilidad de entablar diálogo con las cúpulas del partido ni con el propio presidente.

En el terreno obrero, sus contradicciones son igual de claras. Ha criticado públicamente a direcciones sindicales independientes como la CNTE y el SME, acusándolos de prácticas corruptas. Con ello iguala a dirigentes populares con políticos mafiosos o lideres charros, niega apoyo a luchas legítimas y refuerza la lógica de aislamiento de los trabajadores. Este discurso le permite cubrirse políticamente, pero traslada toda la responsabilidad de los cambios a las bases, culpándolas de incapacidad y dejándolas solas frente al aparato estatal.

En el mismo sentido Noroña se ha manifestado formalmente a favor de la reducción de la semana laboral de 48 a 40 horas, sin embargo, en sus videos de youtube, en cada ocasión que se le ha cuestionado, responde que no le corresponde a los políticos sino a los trabajadores organizarse para ello, pero entonces, ¿no son acaso los congresistas quienes deben aporbar las leyes?, no es acaso posible que en su posición como Senador apoye y ponga a votación esta propuesta de ley. De hecho él llegó a descalificar a integrantes del Frente Nacional por las 40 horas, diciendo que son incapaces de construir un sindicato y dirigir esta lucha. De nueva cuenta utiliza una verdad a medias, abstrayéndose de la realidad concreta de millones de trabajadores que no tienen posibilidades de organizarse, ya sea por las extenuantes cargas de trabajo, ya sea por la represión de las organizaciones charras que el propio gobierno respalda, ya sea por la complicidad de la justicia laboral con los intereses del capital.

Los ejemplos de su legitimación del régimen abundan: en los procesos internos de selección de candidatos en Morena, participó activamente, avalando con su presencia los mecanismos de manipulación de la cúpula. En las dos últimas contiendas para definir la candidatura presidencial, canalizó hacia el partido a miles de simpatizantes que lo reconocían como referencia de izquierda, generando ilusiones en procesos amañados que terminaron reforzando la hegemonía del aparato.

Todavía más grave es su actitud frente a los colectivos de víctimas. En los últimos años, Noroña le dio la espalda a las madres y padres de desaparecidos, incluidos los de Ayotzinapa, repitiendo la narrativa oficial de que estos grupos son manipulados por el PRIAN. En el caso del Rancho Izaquirre, minimizó las denuncias de la existencia de un campo de exterminio del narcotráfico, afirmando que los tenis encontrados “no son prueba de nada”. Esta declaración, ampliamente difundida en medios electrónicos, lo ubicó del lado del Estado y de sus intentos por negar o encubrir la magnitud del crimen.

En suma, Noroña dejó de ser un portavoz de los agravios de los trabajadores para convertirse en un administrador del descontento popular dentro de los límites del bloque hegemónico. Su función actual no es organizar la resistencia, sino reconducirla y neutralizarla en favor de un régimen que mantiene intacta la dominación capitalista.

Noroña como intelectual orgánico del bloque dominante

Desde Gramsci, puede decirse que Gerardo Fernández Noroña se ha transformado en un intelectual orgánico del bloque histórico encabezado por Morena y la “Cuarta Transformación”. Su papel actual no es cuestionar el orden existente, sino darle coherencia ideológica y canalizar hacia el interior del régimen a sectores populares que de otro modo podrían radicalizarse fuera de sus márgenes.

Noroña cumple tres funciones principales:

Cohesionador ideológico: mantiene un discurso supuestamente radical, con críticas superficiales al sistema, pero siempre bajo la premisa de que Morena y la 4T es la única vía posible de transformación. De esta manera, aporta una narrativa que refuerza la hegemonía del partido en el poder. Sus intervenciones mediáticas no apuntan a organizar la resistencia de clase, sino a convencer a las bases de que su indignación tiene cabida dentro del régimen.

Mediador con las bases desencantadas: se presenta como “tribuno del pueblo”, cercano a los sectores inconformes, pero en la práctica opera como válvula de escape. Recoge el enojo social, lo dramatiza en sus discursos y luego lo reconduce hacia la obediencia al aparato, insistiendo en que no hay más alternativa que seguir confiando en la “Cuarta Transformación”. En ese rol, se convierte en un amortiguador que impide que la ruptura de los trabajadores con el régimen se traduzca en organización independiente.

Canalizador del descontento controlado: su estilo combativo, sus frases altisonantes y su fama de opositor “rebelde” son utilizados como recurso político por la cúpula. Noroña actúa como opositor interno que da la impresión de que dentro de Morena hay pluralidad y debate, cuando en realidad su función es contener y domesticar a las corrientes críticas. Así, lo que parece ser disidencia se transforma en legitimación del bloque dominante.

Durante su registro en la precampaña por la candidatura presidencial en 2023

Los ejemplos son contundentes. Durante los procesos internos para definir la candidatura presidencial de Morena en 2023, Noroña aceptó participar sabiendo de antemano que las reglas eran ventajosas para la élite del partido. Su precandidatura funcionó como polo de atracción de miles de simpatizantes que lo consideraban “la voz radical” de la 4T; pero al final, en lugar de denunciar la manipulación de la cúpula, reconoció el resultado y llamó a sus seguidores a sumarse al proyecto de Claudia Sheinbaum. Con ello canalizó la inconformidad hacia la unidad del bloque, reforzando la legitimidad de un proceso amañado. A cambio, llegó a un acuerdo político con López Obrador para que se le cediera la presidencia de la Cámara de Senadores, mostrando con claridad cómo su rebeldía fue negociada e integrada como capital político dentro de la lógica del régimen.

Su “radicalismo de estilo” ya no es un peligro para el régimen, sino un recurso. Sirve para dar una fachada de pluralidad y para contener al mismo tiempo el descontento social, reconduciéndolo hacia la legitimidad del bloque en el poder.

Pérdida de vínculo con el pueblo y adopción de los hábitos de las élites

La cooptación no se reduce a ocupar un nuevo cargo ni a respaldar políticas del bloque dominante. También implica un cambio profundo de valores, hábitos y formas de vida, donde el dirigente popular pierde su vínculo con el pueblo para adaptarse a las prácticas de las clases dominantes y a los códigos de la política parlamentaria. En el caso de Fernández Noroña, este tránsito se hace evidente en la contradicción entre su discurso de austeridad y el estilo de vida que ha adoptado en los últimos años.

Lujos en contraste con el discurso de austeridad

  • Casa de lujo: adquirió una vivienda en Tepoztlán valuada en más de 12 millones de pesos, con vistas privilegiadas y total privacidad. Aunque la declaró como parte de su patrimonio y justificó la compra con un crédito hipotecario, la mansión contrasta radicalmente con su origen humilde de vendedor de libros usados y con la vida de millones de trabajadores que apenas sobreviven con salarios miserables.
  • Camioneta Volvo XC90: posee un vehículo de lujo cuyo costo oscila entre 1.9 y 2.3 millones de pesos. En 2023 reconoció haberla adquirido con su propio dinero, normalizando un privilegio que lo distancia de la experiencia cotidiana de los sectores populares que dice representar.
  • Viajes en primera clase: ha viajado en clase ejecutiva a eventos internacionales en Estrasburgo y Roma, pese a que el reglamento del Senado establece que los legisladores deben volar en clase turista. Justificó esta decisión alegando que por su estatura le resulta incómodo viajar en clase económica, apelando a una necesidad personal que se traduce en un privilegio político-financiado.
Casa de Noroña valuada en 12 millones de pesos

Estos elementos muestran una contradicción flagrante: un político que exige austeridad y sacrificios a los demás, pero que se otorga a sí mismo privilegios que encarnan la opulencia del mismo sistema que antaño denunciaba.

La hipócrita legitimación de privilegios

El propio Noroña ha intentado justificar este estilo de vida, argumentando que sus bienes son fruto de su trabajo o que constituyen una forma de dar “representación digna” a México en el extranjero. Sin embargo, sus declaraciones muestran hasta qué punto ha internalizado la lógica de las élites: llegó incluso a ironizar que una casa de 12 millones de pesos está al alcance de la clase media, invisibilizando así la precariedad que viven millones de familias trabajadoras.

En redes sociales, incluso desde sectores opositores, se le ha señalado con sarcasmo como “fifí del bienestar” y a su Volvo como la “Volvo del Bienestar”, evidenciando la distancia creciente entre su figura y los valores de modestia que alguna vez reivindicó. Casos como el episodio en que obligó a un ciudadano a disculparse en una sala VIP refuerzan la imagen de un político que, en lugar de desafiar los privilegios, ahora se comporta como guardián de ellos.

El contraste con otros referentes latinoamericanos

El viraje de Noroña contrasta con dirigentes como José “Pepe” Mujica en Uruguay, quien, siendo presidente, vivió en su granja y siguió manejando un viejo Volkswagen. También dista de los primeros años de Evo Morales en Bolivia o de Hugo Chávez en Venezuela, quienes hicieron de la sobriedad personal y la cercanía con las masas un símbolo de la autenticidad de sus proyectos populares. En esos casos, la austeridad no fue solo un gesto individual, sino una herramienta política para mantener vivo el vínculo con el pueblo y para demostrar que no se gobernaba para las élites, sino contra ellas.

Pepé Mújica y su auto Volkswagen

Noroña, en cambio, ha recorrido el camino opuesto: el vendedor de libros usados y dirigente callejero se convirtió en el político que ostenta mansiones, autos de lujo y viajes VIP, justificando todo ello como producto de su trabajo o como necesidad institucional. Lo que representa, en realidad, no es al pueblo trabajador, sino a un político que ha adoptado los hábitos, las justificaciones y el cinismo de la clase dominante.

La lección para la clase trabajadora

La experiencia de Gerardo Fernández Noroña deja en claro que la clase trabajadora no puede depositar su confianza en caudillos individuales, por más radicales o estridentes que parezcan. Su tránsito del dirigente rebelde de la calle al parlamentario que goza de privilegios y defiende las decisiones del bloque dominante demuestra que el sistema tiene la capacidad de absorber a quienes alguna vez lo desafiaron, integrarlos al aparato estatal y convertirlos en administradores del descontento popular.

Gramsci advertía que los intelectuales de origen popular pueden terminar sirviendo a la clase dominante si no son disciplinados por una organización de clase. Eso es lo que ocurrió con Noroña: de tribuno del pueblo pasó a ser un funcionario con mansión. Su caso ilustra cómo la cooptación no solo es un cambio de posición política, sino también una transformación en los hábitos, los valores y el estilo de vida, que lo alejan cada vez más del pueblo trabajador y lo acercan a las prácticas de las élites.

La ausencia de un partido revolucionario en México explica por qué figuras como Noroña han podido ocupar un lugar simbólico en la izquierda popular. En ausencia de una organización colectiva y de cuadros propios, un político con verbo radical puede convertirse en referente sin control de las bases. Eso abre la puerta a que dicho referente sea absorbido fácilmente por el bloque dominante, como ocurrió con su incorporación disciplinada a la 4T.

La lección central es que la clase trabajadora necesita organizarse de manera independiente y construir sus propios intelectuales orgánicos, militantes que no se midan por la espectacularidad de sus discursos, sino por su compromiso enraizado en las luchas cotidianas, en los centros de trabajo, en las escuelas y en los barrios. No se trata de esperar a que surja un nuevo caudillo, sino de forjar colectivamente un partido revolucionario, un verdadero intelectual colectivo, capaz de formar, educar y disciplinar a sus cuadros para resistir la cooptación y mantenerse al servicio de la clase.

La Liga Comunista Internacionalista (LCI) y el Comité de Organización por la Reconstitución de la Cuarta Internacional (CORCI) han tomado sobre sus hombros esta tarea histórica. Nuestra corriente ha pasado por diversas experiencias: la construcción de la OPT (Organización Política del Pueblo y los Trabajadores), los esfuerzos con el PTDI, las candidaturas independientes impulsadas no como proyectos personalistas, sino como intentos de dotar al pueblo trabajador de una herramienta política propia. Todas estas iniciativas han dejado lecciones valiosas que hoy se ponen al servicio de la lucha por levantar una organización revolucionaria de nuevo tipo.

La clase trabajadora no solo necesita un partido, también necesita sindicatos y centrales independientes, libres de la tutela del Estado y de las burocracias charro-corporativas. Solo una fuerza organizada y centralizada de la clase obrera, con partido y sindicatos propios, puede enfrentar al capital, resistir la cooptación de sus dirigentes y abrir camino a la emancipación social.

La enseñanza que deja Noroña es clara: sin organización independiente, los dirigentes que se presentan como rebeldes terminan justificando mansiones, autos de lujo y viajes VIP, mientras el pueblo sigue en la miseria. Con organización, con partido y con sindicatos independientes, la clase trabajadora puede levantar sus propias banderas, formar a sus propios cuadros y marchar hacia la verdadera emancipación. Esa es la lucha de la LCI y el CORCI: construir la dirección revolucionaria que México necesita, un partido de la clase trabajadora que no se venda, no se rinda y no claudique.


[1] Antonio Gramsci (1891-1937) fue un dirigente revolucionario italiano, cofundador del Partido Comunista de Italia. Destacó como teórico marxista y luchador contra el fascismo

[2] Los Cuadernos de la cárcel son una serie de escritos que Antonio Gramsci elaboró entre 1929 y 1935, durante su encarcelamiento bajo el régimen fascista de Mussolini. En ellos desarrolló sus principales aportes teóricos —como hegemonía, bloque histórico e intelectuales orgánicos—, reflexionando sobre política, filosofía, cultura e historia desde una perspectiva marxista crítica

[3]  Gramsci llama bloque histórico a la unidad entre lo económico, lo político y lo cultural que sostiene a una clase dominante en el poder. No se trata solo de controlar la economía o el Estado, sino de lograr que las ideas, valores y formas de vida de esa clase sean aceptadas como “naturales” por la mayoría de la sociedad. De ahí que la hegemonía combine consenso y coerción, articulando intereses materiales con una visión del mundo compartida. Véase: Gramsci, A. (1975). Quaderni del carcere. Torino: Einaudi.

[4] Para Gramsci, todo ser humano es un intelectual en potencia porque todos piensan y elaboran ideas, pero no todos cumplen la función social de los intelectuales. Estos son quienes organizan, difunden y dan coherencia a la visión del mundo de una clase social, ya sea para sostener la dominación existente (intelectuales tradicionales) o para construir la hegemonía de una clase en ascenso (intelectuales orgánicos).

[5] Para Gramsci, la hegemonía dominante es el modo en que una clase logra dirigir a la sociedad no solo mediante la fuerza del Estado, sino sobre todo a través del consenso: sus valores, ideas y formas de vida se vuelven aceptadas como “naturales” por la mayoría, asegurando así la estabilidad de su pode

[6] La contrahegemonía, en Gramsci, es la tarea de las clases subalternas de levantar un proyecto político, cultural e ideológico propio que dispute la dirección a la clase dominante. No basta con resistir: se trata de organizar una nueva hegemonía. En este proceso, el partido revolucionario cumple un papel decisivo como organizador colectivo, capaz de dar unidad a las luchas dispersas, forjar conciencia de clase y conducir la transformación socialista

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