El crimen contra “El Papayita”: una lección sobre la violencia del capitalismo y la necesidad de solidaridad obrera

El fallecimiento de Carlos Gurrola Arguijo, conocido cariñosamente como “El Papayita”, no es un simple accidente ni una broma que salió mal. Es el reflejo brutal de cómo el capitalismo degrada la vida cotidiana de los trabajadores, sembrando la violencia, la competencia y el desprecio en los lugares de trabajo, mientras el Estado y los patrones se lavan las manos.

Carlos, trabajador de limpieza en Torreón, padecía hostigamiento constante: bromas pesadas, humillaciones, daños a sus pertenencias. El 30 de agosto de 2025 ingirió accidentalmente un líquido corrosivo que había sido colocado en su botella como parte de esas “bromas”. Las quemaduras en sus vías respiratorias lo llevaron a la muerte el 18 de septiembre. La empresa no actuó con la urgencia necesaria y la Fiscalía, hasta ahora, intenta reducir lo ocurrido a un accidente aislado. Pero lo que vemos es el resultado directo de la explotación, la negligencia patronal y la descomposición social inducida por el capital.

La violencia entre los explotados: producto del capitalismo

Marx escribió en El Capital que “el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros”. Esa violencia no solo se expresa en la represión policial o en los despidos masivos, sino también en las formas degradadas de relación entre trabajadores. El capitalismo impone la competencia como norma, divide a los oprimidos y convierte la frustración en violencia horizontal.

La muerte de El Papayita muestra cómo el patrón no necesita estar presente para que opere su dominación: basta con el ambiente de precariedad y alienación para que los propios obreros vuelquen la rabia contra sus iguales. Lenin advertía en ¿Qué hacer? que el proletariado debía elevar su conciencia más allá de las luchas inmediatas, pues de lo contrario queda atrapado en la lógica de la clase dominante.

Del acoso a la tragedia: responsabilidad patronal y estatal

La empresa contratista permitió un clima de hostigamiento y no garantizó condiciones mínimas de seguridad. Según la familia, la atención médica fue tardía y la botella contaminada desapareció, borrando pruebas clave. El Estado, lejos de defender al trabajador, protege a los patrones y minimiza la gravedad del crimen.

Trotsky lo explicó en La revolución traicionada: los aparatos burocráticos del Estado son cómplices del capital, encubren sus crímenes y desmovilizan a la clase obrera. El caso de Carlos es un ejemplo de cómo la justicia burguesa actúa como tapadera de la impunidad.

La cultura dominante, como señalaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, es siempre la cultura de la clase dominante. Bajo el capitalismo, esa cultura promueve la burla del débil, la sumisión al patrón y el individualismo feroz. Frente a esto, la clase trabajadora debe forjar una moral propia:

  • Basada en la solidaridad, no en la competencia.
  • En el respeto mutuo, no en la humillación.
  • En la dignidad, no en la sumisión.

Lenin subrayó que el partido obrero debía ser también una escuela de conciencia y de cultura. Trotsky, en Literatura y Revolución, afirmó que el socialismo no solo debía transformar la economía, sino también las emociones, las costumbres y la sensibilidad. Superar la brutalidad heredada del capitalismo significa construir relaciones fraternas y humanas, donde la vida de cada trabajador sea sagrada.

Educación y gestión de las emociones

La tragedia de El Papayita es también un recordatorio de que la ignorancia y la falta de acceso a la educación dejan a la clase trabajadora más expuesta a la degradación. La emancipación requiere una educación científica, política y moral que permita reconocer la violencia del capital y combatirla.

Pero no basta con instrucción académica: el capitalismo manipula también nuestras emociones, sembrando miedo, resentimiento y frustración. Esas emociones mal encauzadas se convierten en violencia contra los propios compañeros. La tarea del movimiento obrero es transformar esa rabia en energía colectiva organizada, la frustración en lucha consciente y la desesperación en esperanza revolucionaria.

La necesidad de un partido obrero revolucionario

La solidaridad espontánea no basta. Marx, Engels y Lenin coincidieron en que los trabajadores necesitan organización política independiente. El partido obrero revolucionario es la herramienta capaz de elevar la conciencia, unificar las luchas dispersas y forjar una nueva moral proletaria.

Ese partido debe ser:

  • Un organizador de la resistencia contra la precariedad y el acoso.
  • Una escuela de dignidad y solidaridad.
  • Un instrumento para transformar la cultura obrera, desterrando el machismo, el racismo y todas las violencias heredadas del capitalismo.
  • Y, sobre todo, una dirección capaz de preparar la revolución socialista, única salida real a la barbarie.

Trotsky lo sintetizó: “La crisis de la humanidad se reduce a la crisis de dirección revolucionaria”. Sin un partido obrero revolucionario, la indignación queda dispersa y la rabia se vuelve contra nosotros mismos. Con él, la clase trabajadora puede transformar su dolor en fuerza histórica.

Pasar del dolor a la organización

El crimen contra Carlos “El Papayita” no debe quedar en la impunidad ni en el olvido. Su muerte es una muestra de cómo el capitalismo degrada la vida obrera, pero también un llamado urgente a construir otra moral, otra cultura y otra política.

Desde la Liga Comunista Internacionalista exigimos justicia, castigo a los responsables e indemnización a su familia. Pero vamos más allá: llamamos a los trabajadores de México y del mundo a transformar la indignación en organización, la rabia en solidaridad y el dolor en lucha revolucionaria.

La memoria de El Papayita nos exige salir de la brutalidad del capitalismo y construir un partido obrero revolucionario que abra el camino hacia una sociedad socialista, libre y solidaria

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