
El 13 de septiembre en Londres tuvo lugar la manifestación de extrema derecha más importante de la historia británica. Al día siguiente, el partido de extrema derecha Alternativa por Alemania (AfD) duplicó su resultado electoral en Renania del Norte-Westfalia.
En Londres, 150,000 manifestantes respondieron al llamado de Tommy Robinson, matón fascista condenado por hooliganismo y tráfico de drogas, organizador de los pogromos racistas de 2024. Menos de 5,000 personas participaron en la contramanifestación convocada por sindicatos y organizaciones de izquierda.
Sin embargo, la manifestación de Robinson resultó ser, sobre todo, la de Elon Musk, multimillonario estadounidense que la financió ampliamente y que intervino en video, invocando “la violencia que viene” y llamando a un “cambio de gobierno sin esperar las elecciones”.
La AfD, igualmente, se beneficia del apoyo de Musk. Su presidenta, Alice Weidel, exbanquera de Goldman Sachs, ha multiplicado sus éxitos electorales en el este de Alemania, devastado por la desesperanza, el desempleo y las privatizaciones de los años noventa. La AfD dirige una campaña racista que promueve la “remigración”, es decir, la expulsión masiva de los trabajadores de origen inmigrante.
¿Hay que concluir que amplios sectores de la clase obrera han basculado hacia el racismo y el fascismo? No, no más que en Francia con el voto a Le Pen o Zemmour, o en Italia con Meloni… aunque no se puede ignorar que trabajadores desesperados y desmoralizados caen en esta trampa. De ahí que haya que sacar lecciones.
La primera: estas fuerzas racistas, antiinmigrantes, antiobreras y antidemocráticas cuentan hoy con el apoyo abierto de fracciones de la clase capitalista (incluida la de Estados Unidos).
La segunda: la extrema derecha y su retórica demagógica solo encuentran eco sobre el terreno del desespero creado por la política capitalista (desempleo, miseria, descomposición social).
La tercera: en Gran Bretaña como en Alemania, son los partidos históricos de la clase obrera (el Labour Party, el Partido Socialdemócrata) los que están en el poder, solos o en coalición. Allí aplican políticas brutalmente antiobreras y apoyan la guerra en Ucrania y el genocidio en Gaza. Políticas que adoptan, además, la retórica antiinmigrante de la extrema derecha.
Al renunciar a llevar una política de ruptura con el capitalismo, los dirigentes de estos partidos “de izquierda” abren un boulevard a la extrema derecha.
Por el contrario, cerrarle el paso exige una política de unidad obrera en torno a un programa de lucha contra el capitalismo y la guerra.

