
La reciente concesión del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado no es un hecho “neutral”, ni una excentricidad aislada de la academia sueca. Es, más bien, una demostración política —y perfectamente coherente con la historia del premio— de su función como instrumento ideológico al servicio del imperialismo y de la clase dominante mundial. Detrás de los discursos sobre la “libertad” y la “democracia”, se oculta una maniobra de legitimación del golpismo de derecha en América Latina y una agresión abierta contra los pueblos que resisten las políticas de saqueo y dependencia impuestas por el capital financiero .
El Nobel a Machado busca construir una “figura femenina liberal” que legitime el retorno del dominio imperialista sobre Venezuela. Es un mensaje dirigido no a los pueblos, sino a los capitales: el imperialismo necesita nuevas máscaras —más “modernas” y “humanitarias”— para encubrir su dominación. Detrás del premio hay un proyecto de restauración burguesa continental, apoyado por Washington y Bruselas, que pretende borrar toda huella de resistencia popular bajo el discurso de los “derechos humanos” y la “democracia”.
Machado: una vocera de la oligarquía y del imperialismo norteamericano
Machado no representa a los trabajadores ni a las mujeres de Venezuela, sino a los sectores más reaccionarios de la oligarquía criolla y a los intereses del imperialismo estadounidense. Ha sido una pieza activa en los intentos de desestabilización del país, apoyando abiertamente sanciones, bloqueos y operaciones golpistas. Que la hayan premiado con el Nobel de la Paz es tan absurdo como si hubiesen premiado a Pinochet por “defender la democracia” en Chile.

El imperialismo la necesita como símbolo. Frente al agotamiento del chavismo, su degeneración burocrática y la descomposición social, busca construir una “oposición respetable”, femenina y liberal, para engañar a los trabajadores, que sirva como punta de lanza para reinstalar el dominio directo de las corporaciones sobre los recursos venezolanos. El Nobel funciona aquí como un sello de legitimación para el proyecto imperialista continental, una pieza más como la instalación y financiación de gobiernos como el de Milei en Argentina.
El mito de la “neutralidad” del Nobel: ciencia y paz bajo la lógica del capital
El Premio Nobel, que pretende encarnar la objetividad, la ciencia y la paz, es una creación de la propia burguesía europea del siglo XX. Desde sus orígenes, fue una operación moral del capital para limpiar su imagen, es un premio financiado por la fortuna amasada en la industria bélica. Alfred Nobel, inventor de la dinamita, no fue un humanista, sino un empresario que lucró con la guerra, al igual que hoy lo hacen quienes se benefician del genocidio en Gaza, quienes arman a los carteles de las drogas, quienes impulsan el aumento de los presupuestos de guerra.
Desde entonces, el Nobel no ha dejado de premiar a representantes del orden imperialista: Kissinger, Obama, la Unión Europea, entre otros “héroes de la paz”, responsables de invasiones, guerras y bloqueos. Incluso en el ámbito científico, el premio privilegia la investigación subordinada a las corporaciones farmacéuticas, energéticas y tecnológicas, relegando el conocimiento crítico y emancipador.. Se premia la ciencia que reproduce el poder, no la que libera a la humanidad del yugo del capital.

No existe neutralidad posible en una sociedad dividida en clases. Toda producción cultural, científica o política, el arte y la moral refleja los intereses de la burguesía, de quienes detentan el poder. El Nobel es, por tanto, un premio de y para la burguesía: no celebra el progreso de la humanidad, sino la perpetuación del dominio burgués. Es el aplauso de los opresores a sí mismos, su forma más sofisticada de autocelebrarse mientras el mundo arde.
Sin ilusiones: los trabajadores necesitamos nuestros propios referentes
Los trabajadores, los pueblos oprimidos y las organizaciones revolucionarias no debemos tener ninguna ilusión en los reconocimientos del sistema, de los símbolos burgueses. No hay “reforma moral” posible dentro del capitalismo. Cada galardón, cada discurso sobre “derechos humanos” emitido desde las instituciones del imperialismo, busca legitimar su dominio.
Los premios del sistema no son reconocimientos de la verdad, sino instrumentos de domesticación ideológica. Buscan hacernos creer que dentro del capitalismo puede haber justicia, que los poderosos pueden premiar la paz mientras organizan guerras y bloqueos.
El Nobel a Machado revela una vez más la descomposición del orden burgués mundial. En su intento por salvar su legitimidad, la burguesía convierte en “mensajera de la paz” a quien ha promovido el odio de clase y el intervencionismo extranjero.

Nuestra tarea no es disputarles los premios, sino construir nuestras propias instituciones, nuestra propia prensa, nuestras propias referencias históricas. El heroísmo de los trabajadores, de las mujeres en lucha, de los pueblos que resisten la guerra, el colonialismo, el genocidio y el hambre, no necesita diplomas ni medallas. Necesita organización, conciencia y revolución.
Nuestro camino no está en los salones de Estocolmo, sino en las fábricas, en los barrios, en las calles, en la lucha organizada de la clase obrera internacional. Es allí donde se construye el verdadero reconocimiento: la dignidad de los pueblos que se levantan contra la explotación y la opresión.
Un mundo al borde de la guerra imperialista
Mientras los burgueses se entregan medallas entre sí, el capitalismo mundial se hunde en una crisis estructural que lo empuja hacia nuevas guerras y masacres. Hoy, los gobiernos imperialistas se preparan abiertamente para una conflagración global: Estados Unidos reordena su maquinaria militar y económica para enfrentar a China, en una disputa por el dominio de los mercados, las rutas tecnológicas y los recursos del planeta.
En el mismo tablero, el imperialismo europeo alimenta la guerra en Ucrania, mientras tolera y financia el genocidio del pueblo palestino en Gaza, ejecutado por el Estado sionista de Israel con apoyo logístico, militar y mediático de Occidente. Y en África, el Congo sufre una catástrofe humanitaria provocada por las potencias y las corporaciones que saquean su cobalto, su oro y sus minerales estratégicos.
Estos crímenes no son desviaciones del sistema: son su esencia. El capitalismo en decadencia sólo puede sostenerse mediante la guerra, la destrucción y la barbarie.
Por la independencia de clase y la reconstrucción de la Cuarta Internacional
Frente a este escenario, la tarea histórica de los trabajadores es clara: reconstruir su independencia de clase. No hay salida en los proyectos reformistas, en los gobiernos “progresistas” subordinados al capital (como el mexicano que se niega a romper relaciones con Israel), ni en los falsos humanismos del imperialismo. Es necesaria la construcción de un partido revolucionario de los trabajadores, capaz de organizar la lucha política y preparar la toma del poder por la clase obrera.
Esa tarea no es local ni parcial: requiere una dirección internacional. La reconstrucción de la Cuarta Internacional, fundada por León Trotsky, hoy representada por el Comité de Organización por la reconstitución de la Cuarta Internacional CORCI, es la condición indispensable para enfrentar la guerra, la opresión y la barbarie capitalista con una alternativa socialista mundial.
Sólo el socialismo —basado en la planificación democrática de la economía por y para los trabajadores— puede acabar con las guerras, el hambre y la destrucción del planeta. No habrá paz mientras el capital gobierne el mundo. No habrá humanidad sin revolución.
- ¡Por la independencia política de la clase trabajadora!
- ¡Contra el genocidio, la guerra y el imperialismo!
- ¡Por la construcción del socialismo mundial y la reconstitución de la Cuarta Internacional!

