El asesinato de Carlos Manzo y la descomposición del Estado mexicano El crimen organizado como rostro del capitalismo decadente
Por Juan Carlos Vargas Versión extensa del articulo publicado en Tribuna de Trabajadores #5 noviembre de 2025
“La seguridad no vendrá de arriba, sino de la organización desde abajo. Solo el socialismo puede garantizar la vida.”
El asesinato del presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo Rodríguez, ocurrido el 1 de noviembre durante un acto público, ha estremecido al país. No fue un hecho aislado ni un simple ataque del crimen organizado. Es la confirmación de que el Estado mexicano está infiltrado, desbordado y en parte subordinado a los intereses del capital criminal. Desde una óptica marxista, este crimen exhibe la descomposición del capitalismo mexicano y la necesidad urgente de una alternativa obrera y socialista.
Un crimen político en el corazón de Michoacán
Carlos Manzo fue asesinado durante el tradicional Festival de las Velas, frente a cientos de asistentes y con presencia de su familia. Pese a contar con protección federal, un comando logró ejecutarlo en público. El ataque ocurrió en una de las regiones más disputadas por los cárteles del narcotráfico, donde se entrelazan los intereses del negocio del aguacate, la extorsión y el control territorial.
Manzo, electo como candidato independiente, había roto con Morena luego de que el partido rechazara sus posiciones críticas frente a la corrupción y la violencia en Michoacán. En diversas entrevistas advirtió:
“No quiero ser un presidente municipal más de la lista de los ejecutados.”
También denunció la existencia de campos de entrenamiento de mercenarios colombianos y venezolanos en zonas rurales del municipio, donde —según sus palabras— “se adiestran para cometer actos ilícitos con armas de uso exclusivo del Ejército”.
La presidenta Claudia Sheinbaum, al condenar el hecho, declaró:
“La única manera de construir paz y seguridad es la justicia. La justicia social y un verdadero sistema de justicia con cero impunidad.”
Sin embargo, esta declaración repite la fórmula oficial que ya se ha demostrado impotente: más patrullas, más presencia militar, más promesas, pero sin atacar las raíces sociales y económicas de la violencia.
El narco como expresión del capitalismo en descomposición
El crimen organizado no es una anomalía del sistema. Es una de sus expresiones más puras en la etapa decadente del capitalismo.
Allí donde el capital productivo se agota, donde la inversión se retrae y el Estado abandona sus responsabilidades, surgen economías criminales que sustituyen al Estado: cobran impuestos, imponen disciplina social y controlan el territorio.
El narcotráfico y las redes de extorsión actúan como capital parasitario, apropiándose de rentas mediante la violencia y la corrupción. Lejos de destruir al Estado, lo complementan y se fusionan con él. La Guardia Nacional, los municipios, las fiscalías y los tribunales son penetrados por los mismos intereses económicos que sostienen a las mafias locales y a las empresas exportadoras.
“El Estado mexicano no ha sido infiltrado por el crimen organizado: se ha fundido con él.”
Esta fusión no es un accidente. Es una forma de garantizar la reproducción del capital en su fase de descomposición: donde el mercado legal y el ilegal se entrelazan, donde las instituciones son meros instrumentos de control social al servicio de los negocios.
Juventud y clase trabajadora frente a la violencia estructural
Mientras las élites hablan de “paz y justicia”, la realidad concreta para la clase trabajadora es otra: desapariciones, cobro de piso, asesinatos y miedo cotidiano.
En los últimos meses se han multiplicado manifestaciones en universidades y centros de trabajo ante el avance de la violencia. En la UABC, la UNAM, la UAM y otras instituciones los estudiantes han modificado sus consignas: ya no solo reclaman educación gratuita o derechos democráticos, sino seguridad para poder estudiar y vivir.
Estas marchas juveniles expresan una conciencia incipiente de que la inseguridad no es un problema policial, sino social y de clase. Sin embargo, en amplios sectores del pueblo persiste la ilusión de que más policía, más vigilancia y más cámaras resolverán la crisis.
Esa esperanza es una trampa. El Estado burgués no puede proteger a quienes explota. Su función es garantizar las condiciones de acumulación del capital, sea este financiero o criminal. El narco no es un enemigo externo: es el rostro armado del capital en ruinas, la forma que asume la ganancia cuando el sistema ya no puede ofrecer trabajo ni derechos.
Manzo y el espacio político que se abre
Aunque no compartimos su programa ni su confianza en soluciones individuales, el caso de Carlos Manzo muestra un fenómeno significativo: sectores populares y figuras locales comienzan a romper con los partidos del régimen.
El hecho de que Manzo haya llegado como candidato independiente después del rechazo de Morena expresa el agotamiento político del partido en el poder, incapaz de responder a las necesidades de las masas. La base trabajadora y los sectores medios buscan otras salidas frente al desastre económico, la corrupción y la violencia.
Esto abre un espacio político que la clase trabajadora debe disputar: la construcción de un partido obrero independiente, que represente verdaderamente a quienes viven de su trabajo y no de la explotación ni del crimen.
“La crisis de representación no es un problema moral, sino una oportunidad histórica: el pueblo busca un camino propio.”
Hacia una alternativa socialista
El asesinato de Carlos Manzo no es un hecho aislado. Es parte de la guerra social que el capitalismo libra contra el pueblo. El Estado mexicano —fusionado con el crimen organizado— ha perdido toda legitimidad para hablar de justicia.
Por eso, desde la Liga Comunista Internacionalista, afirmamos que solo la organización consciente de los trabajadores y la juventud puede detener esta barbarie.
Llamamos a:
Formar comités obreros y populares de cuidado y autodefensa, democráticos y sin injerencia estatal.
Construir un partido político de la clase trabajadora, independiente del Estado y de los partidos del régimen.
Expropiar, bajo control obrero, las industrias dominadas por capital criminal.
Luchar por una República de los Trabajadores, basada en democracia obrera, planificación económica e internacionalismo socialista.
El asesinato de Carlos Manzo Rodríguez es el espejo de un régimen en descomposición. Un Estado que no protege, sino que reproduce la violencia del capital. Las manifestaciones estudiantiles, el miedo obrero y el hartazgo popular son señales de un nuevo tiempo: el tiempo de la rebelión y la organización.
Ni más policía ni más ejército detendrán esta crisis. Solo la unidad y movilización de los trabajadores y la juventud podrán romper el pacto entre el Estado y el crimen.
Porque el narco no es una sombra del capitalismo: es su retrato fiel. Y frente a él, nuestra tarea es clara: construir un partido obrero revolucionario que encarne la alternativa socialista y ponga fin a la barbarie del capital.