Palestina: La trampa de los “dos Estados”: respuesta a la declaración del Papa desde la perspectiva de la LCI

Por Juan Carlos Vargas Liga Comunista Internacionalista (LCI)

La reciente declaración del Papa León XIV, quien desde un acto público reafirmó que “la única solución posible para la paz es la de dos Estados”, vuelve a colocar sobre la mesa una consigna que, aunque repetida por organismos internacionales, gobiernos imperialistas y diplomacias progresistas, jamás ha significado una salida real para el pueblo palestino. Lejos de ello, ha servido como coartada para sostener el orden colonial impuesto en 1947 y profundizado durante más de siete décadas de ocupación, apartheid, masacres y limpieza étnica.

Desde la LCI y la tradición de la Cuarta Internacional —cuya posición está claramente expuesta en los documentos reunidos en La Cuarta Internacional y Palestina— afirmamos sin ambigüedades que la propuesta de los “dos Estados” no sólo es inviable, sino que forma parte del entramado político que mantiene al pueblo palestino dividido, sometido y despojado de sus derechos históricos.

Primero, porque la llamada “solución de dos Estados” se fundamenta en la partición de 1947, impuesta por el acuerdo entre el imperialismo y la burocracia estalinista, que negó a las masas palestinas su derecho democrático a decidir el destino de su propia tierra. Como señalan los textos de la Cuarta Internacional, desde entonces jamás se ha ofrecido a todos los habitantes de la Palestina histórica la posibilidad de votar libremente sobre su futuro colectivo. Cualquier propuesta que mantenga esa partición reproduce la injusticia original.

Segundo, porque incluso los defensores sinceros de esta fórmula reconocen que un “Estado palestino” jamás ha existido. En la práctica, entre el Mediterráneo y el río Jordán sólo existe un Estado: Israel, estructurado como un régimen de supremacía étnica que —como documenta B’Tselem— opera bajo una lógica de apartheid. La idea de coexistencia entre un Estado colonial y un mini-Estado palestino fracturado no sólo es ilusoria; es funcional al orden imperialista que garantiza la subordinación de toda Palestina al capital y a las potencias occidentales.

Tercero, porque la declaración del Papa elude el carácter central de este conflicto: no es un “choque entre dos pueblos”, sino la opresión de un pueblo colonizado por un Estado creado artificialmente como enclave imperialista. En este marco, hablar de dos Estados supone colocar en un mismo plano al opresor y al oprimido, pidiendo “equilibrio” donde existe una relación estructural de violencia, despojo y genocidio.

Cuarto, porque disfraza de “paz” lo que en realidad es una política de contención. La ilusión diplomática funciona como una herramienta para desmovilizar a los pueblos, canalizando la indignación hacia negociaciones que nunca alteran la estructura de dominación. Lo que se presenta como gesto humanitario termina legitimando el orden existente: un territorio fragmentado, comunidades sitiadas, refugiados sin derecho al retorno y un aparato militar que opera con impunidad total.

La tradición de la Cuarta Internacional (de la que es heredera el CORCI) plantea una salida diametralmente opuesta: una Palestina única, laica y democrática en todo el territorio histórico, basada en la igualdad plena de derechos para todos sus habitantes —incluidos los judíos israelíes que rompan con el sionismo— y en el retorno de los refugiados expulsados desde 1948. Esta perspectiva no es una consigna abstracta: es la única solución democrática que supera la lógica colonial y el reparto imperialista del territorio.

Pero alcanzar esta solución requiere la fuerza social capaz de romper la espiral de guerra: la clase trabajadora internacional, aliada con el pueblo palestino y con los sectores judíos que rechazan el sionismo. Requiere la autoorganización popular y la convocatoria de una Asamblea Constituyente palestina soberana, libre de las imposiciones de Estados Unidos, Europa, las monarquías árabes y el propio Vaticano.

El Papa hace un llamado moral a la paz. Nosotros hacemos un llamado político a la justicia. Y no hay paz posible sin justicia: sin fin de la ocupación, sin desmantelamiento del apartheid, sin retorno de los refugiados, sin ruptura con el imperialismo. La verdadera salida —la única salida— es la que se construye desde abajo, por las masas, por los pueblos oprimidos, y no por los acuerdos diplomáticos entre los poderosos.

Esa salida lleva un nombre:
Una Palestina laica, democrática, única y socialista.

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