Sudán: Un pueblo castigado por haberse atrevido a hacer la revolución.

Escena de la revolución sudanesa, Atbara, el 17 de agosto del 2019.

De nuestros corresponsales en Egipto. Artículo extraído de Tribune des Travailleuers #518 3 de diciembre de 2025

La revolución sudanesa surgió en diciembre del 2018. Millones de personas – en particular jóvenes y mujeres – animadas por fuerzas sociales y sindicales, incluido el Partido comunista sudanés, derrocaron al régimen de Omar el-Bechir. En el poder desde hacía décadas, reinaba por medio de la represión, la militarización y las milicias. Instrumentalizaba la religión para justificar su monopolio político y una economía dominada por el grupo de podermilitar.

Después de haber impuesto un gobierno civil, el proceso revolucionario tuvo sus dificultades. La ausencia de una organización política revolucionaria coherente y la debilidad de los recursos materiales de las fuerzas civiles fueron determinantes.

El ejército, aliado de las milicias de las Fuerzas de apoyo rápido (FSR) creadas por el régimen anterior, perpetró un golpe de Estado en octubre del 2021 con un objetivo de clase: impedir al gobierno civil desmantelar el control el ejército sobre la economía, proteger los privilegios y ponerle un fin a la “transición”.

La guerra, encarnación del “capitalismo violento”

Después del golpe de Estado, emergieron profundas contradicciones en el seno del campo contrarrevolucionario. En abril del 2023, un conflicto estalló entre el ejército y las FSR. No era un conflicto individual entre el general Al-Burhan, del ejército, y el general Dagolo, de las FSR. Los dos campos representaban diferentes sectores de la clase dirigente. Unidos por su odio hacia la revolución, se disputaban el control del aparato de Estado.

Esa es la cara del capitalismo sudanés en su forma guerrera. Las FSR encarna la forma más terminada de ese “capitalismo violento”: un aparato militar que se adueña de las minas de oro, recluta a mercenarios y participa en conflictos exteriores (Yemen, Libia), cooperando estrechamente con los ricos Estados del Golfo (Emiratos, Arabia Saudita). Su comandante, Mohamed Hamdan Dagolo, colabora con la Unión Europea en su “lucha contra la inmigración clandestina”.

Para las FSR, combatir se ha vuelto una actividad lucrativa y la guerra un proceso de acumulación de capital. El ejército regular representa, históricamente, el instrumento central de defensa de los privilegios de clase. El conflicto entre estos dos aliados del antiguo régimen agravó la crisis del Estado, hizo fracasar la revolución y destrozó las esperanzas de cambio de millones de sudaneses que aspiraban el fin de los conflictos armados y la marginalidad de las regiones periféricas (Darfour, Kordofan).

Hegemonía regional.

Los Emiratos Árabes Unidos (EAU) se impusieron como el actor más influyente en el conflicto, considerando a Sudán como una zona estratégica para el control del mar Rojo. Condenaron la revolución y se congratularon por el golpe de Estado del 2021. El emirato de Dubai constituye uno de los principales mercados para transitar el saqueo del oro sudanés. Los Emiratos invirtieron 22 mil millones de dólares en Sudán, en particular en la agricultura.

Los Emiratos tienen el papel de agente colonial, sobre la base de su alianza estrecha con los Estados Unidos e Israel. Esas fuerzas constituyen una “alianza contrarrevolucionaria regional” para el saqueo, y por lo tanto contra toda movilización popular para construir un Estado independiente que reparta equitativamente los recursos.

Los Emiratos consideraron la revolución sudanese como una amenaza que había que remplazar por un régimen militar y policial vasallo, como intentaron hacerlo en Egipto, en Túnez y en Argelia. En cuanto al régimen egipcio, éste carece de influencia real debido a su lealtad política al mismo eje, evitando toda confrontación con los Emiratos, los Estados Unidos o Israel.

Una catástrofe humanitaria.

En este conflicto, el pueblo sudanés paga el precio más alto. La hambruna llega a niveles catastróficos y el espectro del genocidio y de las violencias étnicas ronda de nuevo sobre Darfour. Doce millones de personas (la mitad de la población) han sido desplazadas. Los medios de producción agrícola e industrial están bloqueados. Los sistemas de salud y de educación se han visto diezmados. A las masacres se añaden las violaciones sufridas por miles de mujeres.

Sudán es hoy en día un laboratorio para las clases dirigentes. El pueblo sudanés es castigado por haber intentado cambiar las cosas con su revolución.

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