Javier Milei acaba de ser electo presidente. Se inscribe en la línea del estadounidense Trump o del brasileño Bolsonaro, ambos fueron los primeros en felicitarlo. En el 2019, su partido “libertario” (1) alcanzaba solo el 1.47% de los votos. Cuatro años después, recaba el 56%, derrotando a su adversario peronista (2). Casi un elector de cada cuatro se abstuvo.

   Provocador y grosero, levantaba en sus mítines una motosierra, prometiendo “cortar los gastos públicos” y “dolarizar” la economía -es decir, someterla totalmente al imperialismo americano-, romper con China “comunista”, criminalizar el aborto… Mensaje recibido: en Wall Street, “los mercados financieros reaccionaron con júbilo” tras su victoria (Le Monde del 21 de noviembre).

   Desde el fin de la dictadura militar en 1983, nunca en Argentina se había visto un programa de guerra civil contra los trabajadores de esta magnitud. ¿Milei podrá hacerla pasar? Ese es otro asunto. Su partido dispone de 38 diputados de un total de 257. Desde el derrumbe de la economía argentina en el 2001, la clase obrera ha venido multiplicando movilizaciones de masas y huelgas generales para terminar con la deuda externa y los planes de austeridad del FMI.

   Pero es precisamente porque esta movilización nunca encontró una expresión política obrera independiente (los dirigentes de la poderosa CGT, en particular, están sometidos al partido peronista) que un aventurero peligroso como Milei pudo encontrar un espacio.

D.F.

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(1) Libertario: partidario del capitalismo sin ninguna restricción por parte del Estado.

(2) Corriente nacionalista y populista burguesa que se reclama del general Perón, quien dirigió Argentina de 1946 a 1955, y luego de 1973 a 1974.