Autora: Miroslava Callejas

En medio de un México convulso por la violencia y por la sed de justicia, donde la impunidad en lugar de ser excepción es la regla, llega el nuevo documental de Netflix que refleja descarnadamente todas las caras de esa realidad que carcome al país diariamente: “Las tres muertes de Marisela Escobedo” (2020) dirigida por el documentalista Carlos Pérez Osorio (“La crónica del taco”).
La cinta retrata la lucha incansable de Marisela Escobedo (1958-2010) por encontrar justicia al feminicidio de su hija Marisol Rubí Frayre Escobedo, asesinada en el año 2008 en Ciudad Juárez la “cuna” de los feminicidios, a manos de su pareja Sergio Rafael Berraza. Sin embargo, más allá de ser el retrato de un crimen y el proceso que lo lleva a la impunidad, describe el complejo compadrazgo que existe entre el gobierno y el crimen organizado.
Pero ¿qué tiene que ver eso con un feminicidio? Todo. En México donde 10 mujeres mueren diariamente, el 63 por ciento de estos delitos son realizados por el crimen organizado, según el mapa de feminicidios mexicano. Aunque el asesinato de Rubí, la hija de Escobedo, no es consecuencia, sino más bien la causa. Sergio, su asesino, se une después del homicidio y de ser absorbido de los cargos, a uno de los cárteles más sanguinarios del que tenga registro el país: Los Zetas, garantizándole en automático total impunidad y poder.
A través de los ojos de Marisela podemos ver en todo su esplendor el estado de putrefacción en las que se encuentran las diferentes instituciones judiciales y políticas del país. Desde policías hasta jueces, desde fiscales hasta gobernadores todos parecen tener un pacto con la impunidad y la ineptitud, que beneficia al crimen organizado. Pero también a través de Marisela vemos que su contrapeso son aquellos que se atreven a alzar la voz y que a través de ella desvelan parte de este entramado de corrupción, aunque eso les pueda costar la vida.
Y Marisela Escobedo fue la prueba de ello, pues no murió tres veces, la mataron tres veces: la primera, en agosto 2008 cuando asesinan a su hija; la segunda, cuando los jueces absuelven a su homicida del delito y el Estado le da totalmente la espalda en la búsqueda de justicia y la tercera el 16 de diciembre de 2010, tras dos años de ella misma hacerla de policía, juez, investigadora y mostrar la complicidad estatal con el narcotráfico, al ser asesinada por un disparo en la cabeza frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua.
Su asesinato también quedó impune, pero evidenció otra más del binomio Estado y crimen organizado: la fabricación de culpables y confesiones obtenidas por tortura. Al final de la película, la justicia parece haber hecho cuentas por ella misma con cada uno de los actores, pero no por sus instituciones, sino por un karma divino que se apresura a colocar las cosas en su lugar. Sin embargo, la justicia terrenal nunca llegó ni para Ruby ni para Marisela.
La cinta no sólo denuncia lo difícil que es buscar justicia en un país con una tasa de impunidad del 97 por ciento, sino lo que es hacerlo con instituciones coludidas con los propios perpetradores de los delitos. Las tres muertes de Marisela Escobedo quizá sea la encarnación de una paradoja que nos azota desde hace tiempo: los que nos dicen “proteger” realmente son los que “nos están destruyendo”.