1910 LEÓN TROTSKY Y LOS REVOLUCIONARIOS

¿Qué fue la revolución mexicana, cómo transitó en el régimen cardenista y quiénes deben continuarla?

Por Pascual Yuing

Artículo extraído del Boletín Transición 26 diciembre de 2020

A propósito del conflicto armado iniciado el 20 de noviembre de 1910, cuyos antecedentes se remontan a la situación de México bajo la dictadura de Porfirio Díaz, quien a costa de los estratos menos favorecidos de la sociedad llevó al país a un  notable crecimiento económico, intentaré responder y explicar la pregunta sumaria de este texto, un tanto parafraseada de aquel escrito que Octavio Fernández publicó en 1939, apoyándome en las investigaciones que Olivia Gall realizó sobre la estancia de León Trotsky en nuestro país.

I. Una revolución abortada.

Olivia Gall dice, que el artículo sobre la revolución mexicana del fundador del trotskismo en México, fue el resultado del enriquecimiento de su discusión con Trotsky quien aportó a las ideas que él mismo había esbozado, tomando como base la teoría de la revolución permanente.

Para estos, la clave de la definición de la naturaleza de la revolución mexicana, residía en el “retraso histórico” de México, como la revolución rusa de febrero, fue una de las últimas revoluciones burguesas de la historia; y que sin embargo, no se había transformado en una revolución proletaria, porque para ellos la revolución mexicana de 1910 había sido una revolución “abortada”.

Octavio Nicolás Fernández Vilchis, apenas muerto en septiembre del año 2003,  decía que la revolución mexicana había triunfado en tanto que la burguesía nativa había sustituido en el poder a la aristocracia feudal-clerical de la época porfiriana; en tanto que la producción capitalista, se extendía cada vez más a todos los sectores del país. Pero al mismo tiempo se preguntaba, si las tareas fundamentales respecto de los intereses populares habían sido realizadas y él mismo se respondía: no.

El movimiento de 1910 imponente por nacimiento y ligado umbilicalmente a la propiedad privada y al amo imperialista, fue incapaz de resolver las tareas históricas de su revolución. Y es que el gigantesco incendio campesino base de la revolución mexicana, fue incapaz de forjarse una política  y una dirección propia, sirviendo como carne de cañón sobre la cual se elevó la flamante burguesía nativa.

II. El trabajo analítico de León Trotsky frente a los puntos vitales de la política en México bajo el régimen cardenista.

El Estado mexicano posrevolucionario fue definido por Trotsky como un estado burgués; y al tener contacto con el régimen mexicano de los años 1934-1940, desarrolló en la teoría política marxista una nueva categoría para definir ciertos regímenes en los países dominados por el imperialismo: el “bonapartismo sui generis”.

Gall cita el texto, en donde Trotsky explicaba que la navegación entre el capital extranjero y el capital nacional, entre la débil burguesía nacional y el proletariado relativamente poderoso, le confería al gobierno un carácter bonapartista particular, colocándose “por así decirlo” por encima de las clases y pudiendo gobernar, ya sea volviéndose el instrumento del capital extranjero y manteniendo al proletariado encadenado a una dictadura policiaca o ya sea maniobrando con el proletariado y llegando al punto de hacerle concesiones. “La política actual del gobierno (mexicano) se encuentra en la segunda fase; sus mayores conquistas son las expropiaciones de los ferrocarriles y de la industria petrolera.”

Según Gall, Trotsky decía que el gobierno cardenista no era ni socialista ni comunista, sino que tomó medidas altamente progresistas de defensa nacional del México semicolonial; y que en su opinión, el proletariado internacional no tenía razón alguna para identificar su programa con el programa del gobierno mexicano.

Respeto e identificación eran dos cosas diametralmente opuestas, Trotsky explicaba sin ambigüedades al ser acusado por los estalinistas y la derecha estadounidense, de estar detrás de las medidas “comunistas” del gobierno mexicano.

Frente a la represión imperialista contra la nación mexicana, ante el boicot de los estadounidenses y británicos que vieron afectados sus intereses tras la nacionalización del petróleo, Trotsky hizo un llamado al Labour Party Británico para pronunciarse y emprender alguna acción; propuso, que se formara una comisión para investigar las inversiones y las ganancias que las compañías petroleras inglesas habían hecho en México, para presentar a la opinión pública británica, citado por Gall, “un balance impresionante de la explotación imperialista”. Y cuando el gobierno de Chamberlain decretó el boicot al petróleo mexicano, se sabe que Trotsky escribió inmediatamente un artículo en respuesta, al que le siguieron otros cada vez que los gobiernos imperialistas y la prensa burguesa lanzaban acusaciones no solamente contra el gobierno de Cárdenas, sino contra él mismo.

En esta época del imperialismo en descomposición, en un país semicolonial como México, el proceso de degeneración a la que tendían los sindicatos en casi todos los países del mundo, tenía sus propias características; Trotsky decía, que los gobiernos se encontraban sometidos e íntimamente ligados a los magnates imperialistas, cuyos burócratas obreros tenían la imperiosa necesidad de que su gobierno los apoyara actuando como mediadores y que esta relación precisamente constituía, la base más importante del “carácter bonapartista y semibonapartista de los gobiernos de los países atrasados y también la de la dependencia de los sindicatos reformistas en relación con el Estado”, citado nuevamente por Olivia Gall.

En 1940, en un artículo dejado en su escritorio en Coyoacán poco antes de su muerte, Trotsky representó los trazos iniciales sobre los sindicatos en la época del imperialismo; ahí señala, que en México los sindicatos han sido transformados por ley en instituciones semiestatales y han asumido de modo natural, un carácter semitotalitario. Y que por ejemplo, la nacionalización de los ferrocarriles y de los campos petroleros en México no tiene nada que ver con el socialismo, porque es “una medida de capitalismo de Estado en un país atrasado, que de este modo trata de defenderse del imperialismo extranjero por un lado y del otro, de su propio proletariado.” Que la administración de los ferrocarriles o de los campos petroleros por medio de organizaciones obreras, no tiene nada en común con el control obrero sobre la industria, ya que la esencia de la cuestión es “que se realiza por medio de la burocracia obrera que es independiente de los obreros, pero que al contrario, depende completamente del Estado burgués.” Y que por eso, la primera consigna para esta lucha es independencia completa e incondicional de los sindicatos frente al estado capitalista; y segunda : Democracia Sindical.

Olivia Gall cuenta, el testimonio de Rodrigo García Treviño (colaborador en la edición de la revista clave fundada por Trotsky) quien sacudió la hostilidad de éste para aceptar la administración obrera decidida por el gobierno mexicano en el caso de Ferrocarriles Nacionales y de las empresas petroleras nacionalizadas.

Revela que en abril de 1946, Joe Hansen secretario de Trotsky en México, descubrió en casa de Treviño un texto que Trotsky debió haberle entregado después de darle la razón y en el cual apoyaba la gestión obrera en las empresas nacionalizadas, donde escribía que la decisión de Cárdenas de poner entera o parcialmente la administración de estas empresas en manos de los trabajadores, se explicaba por no querer dejar escapar de sus manos el poder real y porque necesitaba el apoyo de los trabajadores para resistir la fuerte presión del capital privado extranjero y de sus representantes, los gobiernos de los países imperialistas. La explicación de Trotsky, era que la gestión obrera no tenía nada en común con el control obrero sobre la industria, ni podía dar resultados socialistas más que arrebatando previamente el poder; que no debía identificarse con la participación de los socialistas en los parlamentos burgueses, pero sí con su participación en las municipalidades, lo que no estaba libre de la degeneración arriba mencionada.

Respecto a las relaciones de Vicente Lombardo Toledano (secretario General de la CTM) y del Partido Comunista Mexicano con el Estado mexicano y con el Estado soviético, Trotsky concluía que eso era peligroso y que la crisis que el mundo entero estaba a punto de enfrentar sería muy dura, que México sentiría sus efectos y el pueblo mexicano no debería aceptarlo fácilmente porque sería un desastre “y es a la victoria a lo que aspiramos”, decía de acuerdo a Gall.

Trotsky en su defensa contra la resolución de la CTM a favor de su expulsión de México en febrero de 1938, había definido al PCM como representante de la política exterior de la URSS y como representante de la política exterior de la GPU (policía política, antecedente de la KGB ), porque era perfectamente claro que Lombardo Toledano movilizaba a la CTM  contra él por medio de materiales fabricados, contra un exiliado político que no tenía ninguna relación con los sindicatos mexicanos.

León Trotsky decía, que en México no existía ningún partido obrero y ningún sindicato que desarrollara una política clasista independiente, capaz de lanzar una candidatura independiente, al exponer su postura hacia la campaña y hacia las elecciones presidenciales de 1940. Gall cita la revista clave, en donde Trotsky manifestaba, que no tomaba parte en la lucha de candidaturas: “En estas condiciones lo único que podemos hacer es limitarnos a la propaganda marxista y a la preparación del futuro partido independiente del proletariado mexicano.”

Antes de abordar el problema de la reforma agraria, dice Gall, Trotsky propuso reemplazar el término de “plan” por el de “programa”; ya que, siguiendo el modelo de los planes quinquenales soviéticos y sin tomar en cuenta las diferencias entre los dos tipos de economía y de sociedad, los dirigentes mexicanos habían adoptado el término de plan cuando en realidad era un programa. Y porque de acuerdo a lo que Trotsky escribía, era imposible para un gobierno regir una sociedad capitalista siguiendo un plan en el estricto sentido de la palabra por estar la actividad gubernamental sometida a un gran número de limitaciones.

Lo que Gall nos muestra es que la reforma agraria quería decir exactamente revolución agraria democrática, equivalente de acuerdo a las notas de Trotsky sobre las Bases Generales para el Segundo Plan Sexenal, a liquidar valiente y definitivamente con la ayuda de los campesinos mismos los residuos de la barbarie medieval, las grandes propiedades prediales parasitarias o semiparasitarias, la dominación económica y política del propietario sobre los campesinos, el trabajo agrícola forzado, la aparcería casi patriarcal pero en el fondo equivalente a la esclavitud; mientras que la colectivización, significaría el reemplazo de la pequeña economía rural por la gran economía, que para ser establecida era necesario contar con una táctica avanzada, con la aceptación del campesino y con un material humano en gran parte educado y preparado para la dirección técnica y económica de los ejidos colectivos,  imitar los métodos de un Estado obrero que había realizado enteramente su reforma agraria como la URSS, en un país que ni siquiera había hecho su revolución proletaria como México, sería un desastre.

Debía de concluirse la revolución democrática dándoles la tierra, toda la tierra, a los campesinos; para que, en un plazo ilimitado reflexionaran, compararan y experimentaran los diferentes métodos de la economía rural, ayudándolos técnicamente pero sin obligarlos. En fin, consumar la obra de Emiliano Zapata.

Finalmente, el punto central del programa era la cuestión agraria; porque, siguiendo a Gall, es mil veces más fácil predicar la colectivización completa en el vacío que realizar, escribió Trotsky, “con una escoba de hierro”, la eliminación total de los residuos feudales en la zona rural, que el siguiente presidente de México no cumpliría.

III. Los revolucionarios deben apoyar a la burguesía en sus iniciativas antimperialistas y progresistas en el periodo de la lucha por las tareas democráticas, sin perder la independencia de clase.

La construcción del socialismo, conquistando a la mayoría de los obreros y a una gran parte del campesinado, es la meta de los revolucionarios en México; su tarea, es asegurar la victoria de las masas contra el imperialismo.

En una reunión que Trotsky sostuvo con sus guardias y secretarios, esbozó algunas ideas sobre las perspectivas y las tareas de los revolucionarios en México. Al respecto, Olivia Gall menciona, que en respuesta a la intervención de Charles Curtis, vínculo principal de Trotsky con los trotskistas mexicanos, a quien le parecía que sus camaradas abordaban muy mecánicamente los problemas de la revolución permanente aludiendo a una incomprensión de la cuestión del salto de las etapas, Trotsky respondía que en la acción política el esquematismo era muy peligroso.

“Es cierto que la historia puede saltarse varias etapas: es posible saltarse la etapa de la democracia, pero es absolutamente imposible saltarse la del desarrollo del proletariado, cosa que los camaradas mexicanos quieren hacer con demasiada frecuencia.”

 Trotsky afirmaba, que si los revolucionarios conquistaban al campesinado, podrían instaurar una dictadura del proletariado; que si era la burguesía quien lo conquistaba, entonces gobernaría ese tipo de Estado semibonapartista, semidemocrático, como el de Cárdenas que gobernaba en aquél tiempo, con tendencias hacia las masas.

Por eso Trotsky les decía a sus colaboradores que el proletariado está en permanente competencia con la burguesía, no sólo en relación con el campesinado, sino también en relación con el imperialismo. Porque si la burguesía nacional cede frente al poder imperialista, el semibonapartismo dejará de apoyarse en las masas, se convertirá en fascismo y los trabajadores serán sus principales víctimas; pero, como la burguesía es incapaz de completar la etapa democrática, la única clase capaz de asegurar la victoria de las masas contra el imperialismo es el proletariado.

En el periodo de la lucha por las tareas democráticas, los revolucionarios deben apoyar a la burguesía en sus iniciativas antimperialistas y progresistas, sin perder su independencia de clase; esto implica, una buena comprensión de la naturaleza del poder, en ese momento se presenta el “Frente Popular” (alianza de clases) bajo la forma de un Partido hegemónico y “revolucionario” el PRM, después PRI, que no representa los intereses finales del proletariado.

Por ello, al preguntarse él mismo sobre las posibilidades de México para llegar al Socialismo, Trotsky se responde que si los obreros de Estados Unidos avanzan muy lento y el imperialismo norteamericano provocara un movimiento revolucionario más decisivo que en China, en esas condiciones los obreros de México podrían llegar al poder antes que los de Estados Unidos; pero que, el ascenso al poder es una cosa y la construcción del socialismo es otra. La meta de los revolucionarios en México debe ser la construcción del socialismo. “No hay otro camino”. pero, Trotsky hizo una advertencia oportuna para no hacerse demasiadas ilusiones, precisa Gall, en el sentido de que una buena interpretación y un buen uso de las perspectivas revolucionarias, tanto en México como en cualquier otro país, “depende  de los sucesos en Estados Unidos y en el resto del mundo.”

IV. HUELLA MEMORABLE.

Olivia Gall concluye: “El origen del pensamiento de Trotsky sobre México es su interpretación de la revolución mexicana a la luz de la teoría de la revolución permanente”. para Trotsky, agrega, ésta era una revolución democrático burguesa incompleta que no podría ser concluida más que por un gobierno obrero y campesino que concretizara su “transcrecimiento hacia la revolución socialista.” Y porque él no era partidario de las alianzas con la burguesía nacional o progresista,  al contrario; los obreros mexicanos aliados con los campesinos, “debían arrancarle el poder a su burguesía y conducir su propia revolución hasta sus últimas consecuencias.”

Lo anterior significaba, dentro del contexto de la época cardenista, dice Gall: “el “No” al Frente Popular; el apoyo a las medidas reformistas y nacionalistas del régimen, a las expropiaciones de las empresas extranjeras, a la reforma agraria; la participación activa e independiente de las organizaciones obreras en la administración obrera de las empresas nacionalizadas, considerada por Trotsky como una “verdadera escuela política”; y, finalmente, por una parte la lucha por la independencia de clase,  condicionada por la democracia sindical y, por la otra, la construcción de un partido de clase, un partido de los trabajadores.”

La interpretación y la vía propuesta por Trotsky constituían para México, con relación al marxismo cominterniano del PCM como al “marxismo no comunista” de Lombardo, señala Gall, una tercera opción marxista.

“Nadie en México, salvo un pequeñísimo puñado de personas –entre las que podemos contar a Cárdenas, a Múgica y sin duda también a Lombardo– se percató de que, entre sus cuatro paredes de Coyoacán, Trotsky dedicó una buena parte de sus preocupaciones y de su tiempo a pensar en el presente y en el futuro de México.”

Sin embargo, esta tercera opción marxista no logró calar en la época, en el terreno de la vida política, de la vida sindical, de la discusión intelectual, de la vida cotidiana, de la realidad material y espiritual de nuestro país.

A 80 años de su muerte, retomando la pregunta con que Olivia Gall concluye, sobre hasta dónde ha logrado calar esta posición política en nuestra realidad nacional, la respuesta después de una historia valientemente reconstruida por Gall y contada con la mayor justeza posible, a mi parecer está en la práctica de los militantes revolucionarios; lo que ha sucedido con los otros marxismos, parafraseando a Gall, eso es harina de otro costal.

Es de todos sabido, la caída del muro de Berlín y las estatuas de Stalin, así como la apertura de los archivos del Partido Comunista de la Unión Soviética a los historiadores soviéticos; y en esta nueva historia, como menciona Gall muy bien, Lenin, Trotsky y Stalin, ocuparán uno o varios nuevos lugares que aún no conocemos, “una importante interrogante para todos aquellos que no aceptan sin reflexionar, sin discutir, la fácil versión que hoy circula ampliamente, acerca de la irremediable e irremisible desaparición del socialismo, como una alternativa aún viable en la solución de los muy serios problemas a los que se enfrenta hoy nuestro planeta y nuestra especie.”

Sirva este texto, para contribuir a que la historia de Trotsky en México, ya no sea producto de “construcciones ideológicas” y de “posiciones políticas”, sino sobre todo de datos históricos que los militantes revolucionarios no debemos dejar en el olvido.

Lev Davídovich Bronstein, más conocido como Lyev Trótskiy en ruso o en español como León Trotsky, entró en coma a las siete y media de la noche, víctima de un cobarde ataque por parte del conocido militante estalinista Ramón Mercader del Río, quien encubierto bajo la falsa identidad de “Frank Jackson”, ingresó al despacho de Trotsky para asestarle un terrible golpe en la cabeza con un piolet, por el que este lanzó un grito terrible y penetrante. «Natasha, te amo”, le dijo a su compañera de toda la vida y sus últimas palabras que le dictó a su secretario Hansen, después de preguntarle si había traído su libreta, como tradicionalmente lo hacía fueron: “Estoy seguro de la victoria de la IV Internacional… ¡Adelante!” Murió 24 horas más tarde, el 21 de agosto.

Se me enchina la piel al saber, que a pesar de los escasos tres años y medio que león Trotsky pasó en México, absteniéndose de escribir en la prensa acerca de problemas específicamente mexicanos y evitar sistemáticamente los contactos con quienes participaban ostensiblemente en la vida pública nacional, su presencia arroja algo de luz sobre la vida política de nuestro país y viceversa la realidad política de éste enriqueció su pensamiento. ¿qué pasaría ahora, con la relativa libertad que existe, si Trotsky estuviera en México? la historia jamás podrá ser cuestionada, yo solamente puedo imaginar. Quien no se considere afortunado, de ser mexicano y tener esta captura histórica, no es un privilegiado y menos revolucionario.

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