
Este conflicto no tiene nada que ver con un pretendido “odio ancestral” entre azerbaiyanos y armenios.
El 9 de noviembre, bajo la dirección del presidente ruso Poutine, los jefes de Estado de Azerbaiyán y de Armenia firmaron un acuerdo poniendo fin al conflicto armado en Nagorny Karabackh, un enclave poblado mayoritariamente por armenios y reivindicado por Armenia, situado en el territorio de Azerbaiyán. En seis semanas, al menos 1,300 personas, entre los cuales numerosos civiles, fueron asesinados en ambos lados. Ya, de 1991 a 1994, después de la dislocación de la Unión Soviética, la guerra por el control de Nagorny Karabakh había provocado 30,000 muertos y el desplazamiento de poblaciones enteras.
Este conflicto no tiene nada que ver con un supuesto “odio ancestral” entre azerbaiyanos y armenios (*). En el norte como en el sur de las montañas del Cáucaso cohabitan, entremezclados desde hace siglos, poblaciones con lenguas, confesiones y culturas diferentes. El movimiento obrero del Cáucaso (en ese entonces dominado por el imperio ruso) unía a militantes que provenían de todas las nacionalidades y juega un papel mayor en la revolución de 1917. Los discursos “patrióticos” actuales de los gobiernos armenio y azerbaiyano solo intentan enmascarar otros intereses en juego en este conflicto. Intereses extraños a los pueblos de Armenia y de Azerbaiyán.
Poutine -representante de la camarilla de oligarcas mafiosos que reinan en Rusia- es el gran vencedor de este conflicto. Habiendo dejado a su “aliado” armenio refregarse derrota tras derrota, es Poutine mismo el que ha silbado el “fin del recreo”, imponiendo a los dos campos la firma de un acuerdo de “paz”. Rusia disponía ya de una base militar en Armenia, y tendrá en adelante, en virtud del acuerdo, 2,000 soldados rusos en Azerbaiyán para “proteger” lo que queda del enclave armenio.
El presidente turco, Erdogan, saludó el acuerdo ruso como una “gran victoria” de los “hermanos azerbaiyanos”. El apoyo logístico y militar a Azerbaiyán es una operación más de Erdogan pretendiendo presentarse como el “salvador de todos los turcos” (de la misma manera como Erdogan busca presentarse como el salvador de todos los musulmanes). Así como sus aventuras militares en Siria o en Libia (apoyándose en los grupos de mercenarios “djiadistas” que él mismo financia), esta operación es un tanto más vital para Erdogan en la misma medida en que su régimen cada vez más bonapartista es rechazada al interior de su país. Pero la superioridad militar azerbaiyana no podría explicarse solamente por la ayuda militar turca. El Estado de Israel, primer proveedor de armas de Azerbaiyán, equipó a su armada con “drones kamikazes” y bombas de fragmentación, indispensables para los combates en zonas montañosas. Para el Estado de Israel (y por rebote, para su padrino en Washington) esta operación tiene un objetivo mayor: preparar la guerra contra Irán.
En Irán -donde el 15% de la población es de lengua aseria, lengua oficial de Azerbaiyán-, el gobierno, a la vez de congratularse por el cese al fuego, renovó su solicitud de retiro de “todos los combatientes extranjeros” … tanto de los “expertos” israelitas como de las tropas djiadistas auxiliares utilizadas por Erdogan.
El Imperialismo americano dejó actuar a las potencias regionales deliberadamente, su departamento de Estado se contentó con un comunicado lacónico “tomando nota de las disposiciones del acuerdo concluido bajo la égida de Rusia”. En cuanto a Macron, todas sus gesticulaciones para intentar imponerse como el arquitecto de un “arreglo político durable” han sido tan vanas como sus aventuras libanesas.
Los “acuerdos de paz”, que surjan de grandes potencias imperialistas o de potencias regionales, no están motivadas por el derecho de los pueblos y preparan nuevas guerras. Solamente el movimiento obrero esta en medida de brindar una salida, como lo afirmaba a principios de octubre la “declaración de la juventud de izquierda de Azerbaiyán”: “Rechazamos toda declaración nacionalista que intente privarnos de la posibilidad de vivir de nueva juntos sobre esta tierra (…), hay otro camino para salir de este impasse, un camino fundado en el respeto mutuo, la paz y la cooperación”.
Dominique Ferre