Editorial del periódico Tribuna de los Trabajadores 312 (27 de octubre de 2021)

Por Daniel Gluckstein
A pesar del riesgo de parecer inconveniente, ¿se puede afirmar que nada es más extraño a la democracia que la elección del presidente de la República por medio del sufragio universal directo? ¿Y nada está más expuesto al ridículo que lo que hacen esos “grandes personajes” que presumen de sí mismos frente a las cámaras de televisión y en los periódicos, multiplicando videos, tweets, blogs y otros mensajes en Facebook para convencernos de votar por ellos?
De hecho, aparte de votar por ellos, ¿qué es lo que está en juego?
Bajo la Quinta República, el presidente concentra los poderes entre sus manos. Una Asamblea Nacional a su servicio ejecuta lo que él exige. Y si por casualidad refunfuña, el presidente tiene todo el poder de pasar por encima de ella. Todo el poder… pero con la estrecha vigilancia de las instituciones que vigilan los intereses de la clase capitalista.
Detrás del cambio de presidente, una clase social perpetúa su poder. Se mantiene vigilante: así, todo intento de renacionalización de los servicios públicos privatizados, de restablecer los monopolios de los ferrocarriles, del gas o dela electricidad, de prohibir los despidos o de confiscar los miles de millones de euros de la especulación chocará contra un arsenal de leyes, contra la Constitución, y contra todas las instituciones reunidas (Consejo constitucional, ejército, policía, justicia), quienes decretarán que esas medidas son incompatibles con la esencia de la Va. República.
Luego entonces, disipemos la neblina de las ilusiones y las falsas ideas. Son las fuerzas sociales las que gobiernan el país. La Constitución no es más que la envoltura. Bajo esa envoltura, cualquiera que sea el gobierno, se ejerce la dictadura de los intereses de los capitalistas.
Cualquiera de entre nosotros que sea partidario de la democracia, debe expresar su determinación por restituir el poder al pueblo, desaparecer esta Constitución, abolir esta parodia de República presidida por un rey sin corona, y convocar inmediatamente a la elección de una Asamblea Constituyente.
En lugar de eso, los candidatos de izquierda (como los de derecha) desgranan su retahíla de promesas haciéndolas preceder de la fórmula ritual: “Yo, el presidente”. La historia de estas últimas décadas nos enseña, sin embargo, que esta adaptación a la Va. República conduce siempre a quienes la practican, a hacer suyas las políticas anti-obreras exigidas por los capitalistas.
Es por eso que el primer paso para restablecer la democracia consiste en retirar el poder de las manos de la minoría de explotadores para transferirla a las del pueblo trabajador, la mayoría que vive de su trabajo.
El primer paso para la democracia, es la abolición de la elección de presidente de la República con sufragio universal y la obligación del presidente electo de entregar sus poderes a la Asamblea Constituyente compuesta por representantes electos por el pueblo, bajo mandato y revocables en todo momento.
Es entonces cuando el poder de tomar la vía de la ruptura quedará en manos de aquellos que pueden imponerla: no un hombre providencial, sino la clase social que, si bien hoy en día es explotada, abrirá mañana una perspectiva de emancipación para las mayorías.
Eso se llama democracia, con su forma y con su contenido estrechamente acoplados.