
Del 15 al 18 de julio el presidente de los Estados Unidos Joe Biden efectuó una gira en el Medio-Oriente. Concluyó en Arabia Saudita, donde, en ocasión de una reunión del Consejo de Cooperación de los Estados Árabes del Golfo a la que habían sido invitados Egipto, Jordania e Irak, concentró su atención en el encuentro con el jefe efectivo del Estado saudita, el príncipe heredero Mohammed bin Salman. Mientras era solo un candidato, Joe Biden había afirmado, en nombre de los “valores” que defienden los Estados Unidos, que no habría ninguna relación con este personaje responsable del horrible asesinato del periodista Jamal Khashoggi. Biden añadía en ese entonces que Arabia Saudita sería tratada como un “Estado paria”.
Ya como presidente, en nombre de los mismos “valores”, declaró Biden que–“vamos a construir una dirección americana basada en principios y activa”, resumiendo el sentido de su visita a ese país. Para el representante de la más grande potencia capitalista del mundo, la evocación de los derechos humanos se puede hacer solamente cuando sirve a los intereses del imperialismo norteamericano.
En claro, lo que Biden vino a decirle al dirigente saudita fue que le daba luz verde para reprimir, asesinar y torturar a aquellos que se opongan a su poder, para mantener la opresión de las mujeres, para sobre-explotar la mano de obra migrante y para continuar con la masacre de la población civil en Yemen. Pero con una condición: que el régimen saudita deje de oponerse a los planes mundiales del imperialismo norteamericano, a la guerra de la OTAN de hoy contra Rusia y al asedio y amenazas contra China. Como lo precisó Biden, “no vamos a dejar instalarse un vacío que sería llenado por Rusia y China”.
Antes, la visita había comenzado en el Estado de Israel. En los mismos momentos en que se multiplicaban los atropellos contra la población palestina, las expulsiones forzadas, la expansión de la colonización y la puesta en marcha del cada vez más brutal sistema de apartheid -que denuncian no solo los palestinos sino también una parte de la población judía en Israel- Biden renovó el apoyo y el compromiso de los Estados Unidos al lado del Estado de Israel.
Lo mismo pasó en relación al dictador egipcio, el general al-Sissi, quien tiene encarcelados por motivos políticos a más de 60,000 ciudadanos egipcios y pisotea todas las libertades políticas y sindicales en Egipto. Un contrato de ayuda militar de mil quinientos millones de dólares fue firmado entre los Estados Unidos y el gobierno egipcio.
Muchos comentaristas aseguran que Biden ofreció demasiado por muy poco a cambio. “Regresa con las manos vacías”, escribe Le Monde. Ciertamente, la crisis profunda del sistema capitalista mundial vuelve frágil también a los Estados Unidos. Pero continúan siendo la válvula de escape de todo el sistema y su voluntad se impone. En una crónica del Figaro se lee: “El presidente consiguió lo que quería en su viaje a Medio Oriente ya que se trataba de tranquilizar en materia de seguridad a los grandes aliados de Norteamérica en la región”. Este comentario se une al de la revista norteamericana Foreign Affairs para quien lo esencial era consolidar el orden y la estabilidad, es decir, consolidar y dar estabilidad a los regímenes existentes.
“Orden y estabilidad” que reposan en una incontenible marcha hacia la guerra, en la opresión de los pueblos y en el agravamiento de sus condiciones de sobrevivencia. Pero este orden y esta estabilidad están siendo a cada instante amenazados por la resistencia de los trabajadores y de los pueblos, es lo que está pasando hoy en día en Sry Lanka, donde el levantamiento de todo un pueblo forzó la huida de los dirigentes parásitos bien instalados en el poder: esa es la prueba.
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Francois Forgue